Corrida San Fernando: dos crónicas marcianas imperdibles
Marciano Durán es un uruguayo, autor de reconocido prestigio entre los nacionales por cuentos de humor como Crónicas Marcianas y Marcianitis Crónica. Destacado especialmente por su libro "El Código Blanes", el más vendido en 2007.
El escritor y periodista nació en Florida en 1956 y reside en Maldonado desde 1979. Hace muchos años que practica en forma amateur el atletismo y ha realizado excelentes crónicas de la travesía San Fernando (Punta del Este, Maldonado), entre otras.
Aprovechando que estamos ante otra edición de la corrida, transcribimos dos crónicas de Marciano de esta carrera (ediciones 2005 y 2006) ampliamente recomendables.
Sobre la edición 2005:
Yo corrí la San Fernando
Tempranito nomás me preparé la ropa.
Championes con aire -de esos que te hacen rebotar- shortcito con tajo al costado, musculosa de marca y el número puesto con nodrizas en el pecho: 1717.
Vincha finita, muñequera verde limón, reloj con cronómetro y lentes de sol aerodinámicos atados con cadenita.
Me fui hasta el espejo más grande de casa.
Casi no me conocí, porque llegué caminando ya vestido.
A veces me visto de a poco, parado frente al espejo; pero esta vez aparecí de golpe y me impresioné. Pensé que era otra persona. Así...tan deportivo.
A los saltitos llegué hasta la plaza de Punta del Este. Sentí que miles de ojos me seguían desde las veredas, desde los balcones y desde las vidrieras.
Como no tenía mucha experiencia en esto de correr, decidí hacer lo mismo que hacían los demás. “Vamos a calentar” le dijo un chico a su chica y yo los seguí, bastante los seguí, dos cuadras los seguí, a las dos cuadras sentí que me empezaba a faltar el aire y me dolía el costado, acá, como una puntada a esta altura.
Una musculosa (una mujer musculosa) agarrada de una columna levantaba su pierna derecha hacia atrás y desde el tobillo hacía fuerza para arriba. Yo hice lo mismo y la musculosa (la mujer musculosa) me indicó que lo hacía bastante bien, pero que tenía que usar mi propia pierna. Me saqué la musculosa del pantalón (la camiseta musculosa) y me fui.
Al girar la cabeza alcancé a ver a un tipo que trataba de voltear una pared con sus dos brazos, le pregunté si precisaba ayuda... se rió y no me contestó.
Esto está lleno de locos.
Me fui acercando a la largada.
Me miré en una vidriera de reojo y realmente me estremecí. Poco músculo y mucha panza , pero… una pinta de corredor que ni te cuento. Por mirarme en el vidrio me comí una columna pero disimulé haciendo como que estiraba.
Algunos no se dieron cuenta.
Se me hinchó la frente enseguida.
Me puse adelante de todos, con los negros. En 10 segundos entre tres grandotes me sacaron y me dejaron justo frente a un mostrador donde daban agua. Mi tío -que una vez corrió la San Fernando- me había dicho que lo más importante es la hidratación, “¿la qué?” -le pregunté- “la hidratación” -me contestó- “tenés que tomar bastante agua”. Yo me llevé un bolso tipo chismosa de mi madre y lo llené con botellitas y vasos que me dieron en el mostrador.
El bolso pesaba y noté que empezaban a mirarme como con envidia. En realidad lo que más me pesaba era una caramañola de tres litros que me dio mi tío. Tenía jugo de ciruelas hervidas, con guaco, cedrón y una cucharada de sal. “Es como el Gatorade pero casero” -me dijo el tío- “vas a ver como corrés”
Cuando avisaron que largaban traté de correr pero apenas si me podía mover. Caminé casi tres cuadras y los championes enseguidita nomás me empezaron a fayutear, sentí que uno de ellos se comía una media. Cuando giré por la calle 20 la emoción me hizo lagrimear... la emoción y el champión que terminó de chuparse la media y ahora me llagaba el pié.
El bolso estaba pesado, pero por lo menos me aseguraba agua para los últimos kilómetros, cuando los demás se murieran de sed.
Oí que me saludaban desde las veredas, pero en el Lido ya no podía ver a más de dos metros de mis ojos.
En la Parada Uno llevaba 27 minutos de carrera y escuché que los keniatas ya habían llegado. ¡Qué lástima! Yo me tenía fe. Quién sabe cómo habrán hecho con el agua. Ahí fue que me gritaron algo del bolso, así que decidí empezar a tomar un poco para bajar el peso. Una gorda... pero gorda-gorda que no despegaba casi los pies del suelo, aprovechó para pasarme. Me pidió agua. Le dije que me quedaba poca.
Frente al Conrad paré porque estaban casi todos los semáforos en rojo.
La media del pie izquierdo también desapareció de mi tobillo y el calzoncillo me paspaba sin pausa y sin prisa la entrepierna.
Necesitaba orinar. El dolor del costado y la hinchazón de vejiga hicieron causa común.
Paré en la farmacia de la Parada 10 a comprar alguna crema para la paspadura pero saqué el número 9 e iban en el 3. Como no tenía tiempo para esperar a que encontraran lo que pedí, me puse un Siempre-Libre con anti-inflamatorio en el golpe de la frente y en la entrepierna me pusieron unos algodones pegados con cinta adhesiva.
Por suerte me quedaban más de ocho litros de agua y la caramañola del tío.
¡Bah! “Por suerte” es un decir. En la parada 12 había otro puesto de hidratación, y me sobró toda el agua que llevaba en el bolso. La tiré y repuse con agua nueva.
Las piernas me respondían... a veces. Las rodillas se me aflojaban cada media cuadra y me seguía doliendo el costado...solo cuando corría.
Paré en los semáforos de la Parada 16 y alcancé a ver a mi tío que me decía algo de la caramañola. La pomada en la entrepierna no daba resultado, sentía un calor rojizo que llegaba desde allí. Tenía que encontrar un lugar donde orinar pero estaba lleno de gente que me saludaba. Algo me gritaban desde el cantero del medio, pero no sé que me decían: un callo en el dedo gordo de mi pie derecho no me dejaba escuchar . En la Parada 24 no aguanté más y resolví evacuar parte del agua que había consumido. Me apoyé como disimulando contra un murito y entre los algodones y el costadito del short deportivo me las ingenié para descargar... con tanta mala suerte que lo hice sobre el zapato derecho del oficial de guardia de la seccional de Las Delicias.
Una señora y sus hijitos le pidieron al policía que me dejara seguir.
¡Para que diablos se habrán metido! Por culpa de ellos tuve que subir el repecho de la Parada 24 y las medias ahora se amontonaban en las puntas de los pies , lo que me obligaba a correr con los dedos arrollados. Me pregunté una vez más para qué me había cargado otra vez con agua en el bolso, si ahí nomás, frente a lo Tejera había otro puesto de agua.
Me dí cuenta de que no iba primero porque algunos ya estaban volviendo para sus casas.
Me le prendí a la caramañola del tío para agarrar fuerza en el repecho de Roosevelt. Recordé sus palabras: “Vas a ver como corrés”
Los retorcijones se escucharon desde el Campus.
El baño del Mautone estaba limpito.
Estaba.
Al pasar frente a la comisaría tuve que empezar a correr con las piernas abiertas porque casi me salía humo de la entrepierna, al doblar por Rincón agarré el bolso con las dos manos y lo empecé a llevar como quien lleva un bebé. Por la calle Florida los championes me los tuve que poner como chancletas lo que me obligaba a correr con las piernas abiertas y arrastrando los pies. Frente a la plaza (justo donde había más gente) el Siempre-Libre de la frente se me empezó a desarmar, el algodón con su pomada marrón colgaba desde mis zonas íntimas, los lentes se me atravesaron en la cara y no tenía manos para arreglarlos. Se ve que andaba algún payaso o algo así porque escuchaba risas pero no podía ver nada.
Pensé que podía ser el primer uruguayo o el primer blanco en llegar, pero claro yo muy blanco que se diga no soy.
Doblé en Antel y comencé a escuchar los aplausos de la gente.
No gané...es cierto, pero aprendí muchas cosas para la próxima.
Apenas me den el alta empiezo a entrenar como la gente....y que se cuiden los keniatas, los Zamora , los Fernández y Carlitos Etcheverry.
Aunque me parece que estas carreras están arregladas, si no... me tendría que haber ido mejor.
Marciano Durán
http://marcianoduran.com.uy
Sobre la edición 2006:
No aprendo más… volví a correr la San Fernando
Debí haberme retirado de las maratones el año pasado cuando vi que la caramañola del tío me sirvió de poco.
Por lo visto el hombre es el único animal que tropieza dos veces con el mismo gatorade casero.
El 6 de enero a la mañana sonó el teléfono en casa y era justamente él: mi Tío Chito.
--Esta vez sí. No podés fallar ¡¡La van correr al revés!! ¡¡Yo hace muchos años la corrí al revés, es facilísima!!—me dijo el tío
¿Cómo al revés? ¿Habrá que correr marcha atrás? ¿Cabeza abajo? ¿Con las manos?
El tío me explicó los secretos de la San Fernando mientras comíamos un asado que le trajeron los Reyes (El Pardo Reyes y el hermano que llegaron de Florida a correr)
Eran las cinco de la tarde y seguíamos picando unos choricitos, mollejas y bajando algunas cervezas.
--Bien --me dijo el tío-- va a ser muy fácil--¿Conocés a Laventure y a De Isequilla?
--Sí.
--Fueron de la Liga de Fomento a la Intendencia.
--Sí.
--Vos tenés que hacer al revés. Salís de la Intendencia y llegás a la Liga de Fomento, es facilísimo.
Calculé que terminaría como Rubí: de la Liga de Fomento a Cardiomovil.
--Agarrás por Román Guerra, es una calle muy rápida, vas a ver que cuando quieras acordar estarás llegando a Lavalleja, ahí doblás a la izquierda. Siempre doblás a la izquierda, este es uno de los cambios más importante de este gobierno, te van a hacer doblar a la izquierda todo el recorrido. Lavalleja es casi un jabón, ligerísima, cuando quieras acordar vas a llegar a la rotonda y otra vez a la izquierda por Joaquín de Viana. Y lo más importante… lo que era repecho ahora es bajada…es al revés ¿Entendés? Vas a tener un puesto de agua cerca de Las Delicias y en la 24 doblás otra vez… ¿a…?
--A la izquierda-- le dije atento.
--¡Bien! Enseguida viene la rambla con aire, fresquita, refrescante, con viento a la espalda que te va a llevar como con patines hasta la meta. ¡¡Es facilísimo!!
Con la cerveza y las mollejas camino al estómago y el estómago camino a la Intendencia comencé a sufrir los 40 grados de la tardecita.
Fui corriendo porque no llegaba.
Al llegar me atendió un servicio médico al lado del Campus.
Detectaron algo de sangre en el torrente alcohólico.
Me trepé por arriba de las barandas y me puse a calentar junto a los keniatas.
Me coloqué en posición de largada.
23 segundos después me mandaron a calentar con el grupo grande de corredores que estaban al otro lado de la baranda.
Ahí me di cuenta de que “al revés” quería decir “de Maldonado a Punta del Este”.
Al pasar la baranda quedé entre los primeros.
Me dijeron de todo y empezaron a empujarme de mala manera hacia atrás.
Quedaba siempre delante de alguno que me empujaba para atrás pisándome y golpeándome.
Así hasta 5.500.
En dos oportunidades me di cuenta que tenía los cordones desatados pero me pareció preferible arriesgar a pisármelos, caerme y fracturarme el fémur y la clavícula (que son partes del cuerpo socialmente rompibles)
Noté que cada vez estaba más cerca de Punta del Este, lo que me empezó a preocupar. Quedé en los semáforos de Roosevelt, cerca de Arcobaleno, casi más cerca de la llegada por atrás, que de la largada por adelante.
Yo había llevado un plastiducto que me dio el tío como parte del plan: debía pegarle a los negros apenas quedaran a mi alcance.
Cuando dieron la orden de partida, los keniatas picaron y dejaron una especie de estela azul atrás de ellos.
Fracasó la primera parte del plan.
Eché manos al Plan B (menos ambicioso): ganarle a Rogelio Fernández.
--Pasamos 3 de febrero-- me dijo un señor con camiseta de Peñarol.
--¿3 de Febrero?...casi un mes corriendo—dijo un nabo que todavía tenía aire como para decir estupideces.
A dos cuadras de la Intendencia me saludó el canario Ancheta desde el techo de la casa, pero yo aún no había conseguido sacarme el codo de la boca de la señora que largó penúltima, por lo que lo llamé por teléfono al otro día para devolverle el saludo.
En la Escuela Uno seguía caminando e intentaba picar... pero nada.
El grupo era muy compacto.
Mandé un mensaje de texto a mi hija que estaba en Joaquín de Viana y me dijo que Doña Tita, la vieja que atiende el puesto de revistas, me había sacado 12 cuadras.
Intenté picar pero apenas si lograba colocar un pie delante de otro.
Me pasé manteca por el cuerpo (otro de los trucos de mi tío) y conseguí avanzar bastante.
Doblé a la izquierda por Lavalleja y dejé atrás a unos cuantos.
En la rotonda se me complicó porque se me ocurrió respetar el “ceda el paso” y se me colaron algunos. Frente al Uru, Eduardo Pérez me saludó y yo pensé que aún tenía aire como para gritarle: “Gracias Eduardo Pérez, graaaacias por tu apoyooo y por el apoyo de todos los que salen al paso de esta estupenda maratóóón!!!!”
Intenté levantar un brazo para saludarlo.
No pude.
Abrí la boca para gritar “Gracias Eduardo…” y todo eso que se me había ocurrido.
Apenas si me salió un chiflido finito, como cuando cierran un bandoneón.
De pronto…
¡No podía creerlo!
La meta estaba ahí, delante de mis ojos y no estaba tan cansado.
Levanté los brazos, apuré el paso y grité con mis últimas fuerzas:
--¡¡Lleguéééééé!! ¡Lleguéééé y demoré menos que el año pasado!
Me extrañó que no hubiera tribunas, asientos, banderas, ni cartel de llegada.
Un policía me explicó amablemente que esa era la llegada hasta el año pasado, pero que ahora había que seguir hasta la península.
¿Hasta la península? Pero…están todos locos. ¡¡Yo me había preparado sicológicamente para llegar a Antel y dejar!!
Como Lombardo.
Frente a la Sede de Deportivo, cinco veteranos se tomaban hasta la fiebre.
Me coloqué estratégicamente atrás de una corredora que estaba bastante bien.
Significó un fuerte aliciente tenerla allí adelante algunas cuadras.
Entendí finalmente a Galeano y aquello del horizonte. Aquello de los dos pasos que das y los dos pasos que se te aleja. Y que la utopía sirve para caminar.
Mientras tuve la utopía de calza verde limón delante de mí, avancé con ganas hacia el horizonte.
Era una buena utopía: firme pero movediza, apretadita pero graciosa, serena pero paradita ¡Una utopía como para seguirla!
Se me fue y con ella se fue mi paso ligero.
¡Por fin entendí a Galeano!
Miré hacia delante y noté que era el último de los que corrían.
Miré para atrás y vi que era el primero de los que caminaban.
Decidí empezar a caminar.
¡Quedé primero de los que caminaban!
Así de fácil.
Cuando me cansaba de ser el mejor de los caminantes trotaba un poco y quedaba último de los que corrían.
Cuando la autoestima se me desinflaba empezaba a caminar y otra vez era el mejor de los que ya no podían correr.
De pronto agarré el repecho de la parada 24.
A pesar de lo que me había dicho el tío, sentí que lo de la 24 seguía siendo un repecho.
Justo allí estaban dando agua: ¡¡¡En botellones de 5 litrooooos!!!!
Como pude cargué con el botellón en los brazos por dos cuadras buscando un sacacorchos o alguien que me lo destapara.
Me acordé de las palabras del tío: “La rambla con aire, fresquita, refrescante, con viento a la espalda te va a llevar como con patines hasta la meta. ¡¡Es facilísimo!!”
En la parada 22 me ayudaron a abrir el bidón, coloqué la boca en el pico y con las dos manos intenté elevarlo para que el agua entrara por mi boca.
No pude.
Lo llevé en un carrito de supermercado hasta la parada 18. Paré la damajuana en el piso y me agaché a tomar, pero el pico era más grande que mi boca. Me tiré en el suelo y entre dos señoras me ayudaron haciendo palanca con un puntal y una tabla de una obra.
Sentí que me pisaban por lo menos 40 corredores, es decir alrededor de 50 championes y 30 zapatillas.
Más conflicto con el agua que los vascos.
Pasé al Plan C: ganarle a Alberto Silva (algo es algo)
Cuando me pasó el Hombre Araña me preocupé bastante, le tiré un alpargatazo pero no le emboqué. Cuando me pasó Piñón Fijo me di cuenta que algo estaba haciendo mal, pero lo jodido fue ver que me pasaba el Papa corriendo de sotana.
Escuché que había llegado la primera dama.
¡¡No puedo creeeeeeer!! ¡¡¿Hasta María Auxiliadora me ganó?!!
En la parada 18 me encontré con los keniatas que volvían caminando, vestidos, bañados, peinados, los habían premiado, habían terminado la conferencia de prensa, fueron hasta el hotel, cenaron , chatearon con sus familiares en Nairobi, escucharon por la tele un discurso de Fidel y por radio uno de Chávez.
Faltando siete kilómetros me encontré con un bombero con su manguera.
Quise quedarme a vivir con él.
Fue lo mejor de toda la carrera y de los últimos 12 años de mi vida.
Le ofrecí matrimonio, concubinato, unión libre e incluso intenté comprarle la manguera.
Bajé al Plan D: ganarle a Gorzy
En la Parada 8 alcancé a escuchar la voz de Magurno que le echaba la culpa de todo a De los Santos.
--¡Otra marcha más! No les alcanza con la de Fucvam y la de los policías que ahora también se vienen con la Marcha de los Atletas a Punta del Este.
En la Parada 5 llegó el momento que siempre llega en una carrera, el de preguntarse “¿Qué diablos estoy haciendo acá?”
Completamente destrozado, con un dolor distinto en cada parte del cuerpo, sediento, acalambrado, corriendo como un nabo en vez de estar aplaudiendo como cualquier imbécil de los que estaban en las veredas.
Me vino un ligero mareo.
Era lo único ligero que me podía venir.
Pasé al Plan E: ganarle al Colorado de Igual a Igual.
Cuando llegué no quedaban ni los perros.
Habían desarmado hasta las tribunas.
Recordé las palabras del tío: “de los uruguayos vas a ser uno de los que esté más cerca de los keniatas”
En el color.
Marciano Durán
2006 - Enero
http://www.marcianoduran.com.uy
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fuente: Archivo Pollito.
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