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viernes, 10 de abril de 2009

Halcones en Cañadón de la Palma (22/mar/09)

Cañadón de la Palma, Sierra de las Ánimas (foto: Panoramio) (ver videocrónica al final del relato)

Quedamos tan fascinados y motivados con la visita en calidad de turismo-aventura del 24 de febrero de 2009 a los pozos azules en la Sierra de las Ánimas (ver crónica en el sitio) que, con Jorge y Carina, quisimos continuar la saga de exploración de esa serranía.


Casi un mes después, el domingo 22 de marzo (al día siguiente de Maroñas Running) regresamos pero esta vez en procura del Cañadón de la Palma.

Se trata de una quebrada en la ladera del cerro de Aguiar en cuya maleza habíamos descubierto (por las fotos que la gente cuelga en GoogleEarth) imágenes de una cascada poco conocida y sencillamente imperdible (fotos Panoramio).


La idea, pues, era ir a buscar el lugar ése que las fotos marcaban y confiar en que el usuario del programa la hubiese colgado en el lugar adecuado, para lo que llevábamos las coordenadas Sur y Oeste para, en caso de no dar con el sitio a pie, apelar al GPS de Jorge.

En todo caso, ya que salíamos con tiempo, veríamos luego de hacer otro recorrido por las sierras en la tarde.

Muy tempranito el domingo partí hacia El Pinar, adonde hicimos un primer aprovisionamiento con los Halcones locales, luego un segundo en Atlántida para seguir, con mochilas llenas, hacia las sierras.

Dejando el peaje del arroyo Solís Grande detrás, nuevamente accedimos a ruta 9, adonde hay que superar largamente el acceso conocido del parador Los Cardos y pasar detrás del cerro Pan de Azúcar, hasta el trébol vial que lleva a la ciudad.

Esta vez no ingresamos por el camino previo a la planta urbana que antes nos llevó hacia pozos azules sino que tomamos la ruta 60 como si fuéramos rumbo a Minas. Para el que esté interesado en llegar, hay que observar a partir de aquí 18 kms en el cuentakilómetros.

Es necesario dejar atrás los dos caminos de ingreso a la planta de Nativa y también a la zona de excavaciones de Nueva Carrara y tomar en el siguiente que se ve por la ruta a la izquierda, el que precisamente indica "Cañadón de la Palma". Luego de atravesar siempre en ascenso por ese sendero desnivelado varias porteras, se llega primero a la increíble propiedad de una forestal de dueños argentinos que confundimos inicialmente con que fuera una chacra turística cuatro estrellas vigilada por varios mastines.

En realidad, hay que continuar el camino por la senda izquierda y, luego de otros portones, llegar frente a una casona entre la vegetación (cuidado, porque ese camino sigue y envuelve la sierra; es uno de los que se toma en el MTB de la Vuelta a Nativa).

La casa igualmente está identificada con un cartel de "Cañadón de la Palma". Allí pedimos para dejar el auto a resguardo a cambio de algunos pesos. Armamos las mochilas para un largo viaje (eran las 11.40) y el capataz nos indicó el rumbo hacia el cañadón.

Yo monté la cámara en el casco, al igual que el día anterior en Maroñas. Carina preparó buena parte de frutas y jugo en la mochila, Jorge cargó el GPS con la coordenadas como lugar de destino y emprendimos viaje entre alambrados y vaquillonas.


Fueron 1.800 metros también en leve ascenso, unos 1.500 de éstos hasta la base de las Sierras.
El GPS iba indicando con flechas si teníamos alguna desviación del punto buscado vía web y la cantidad de metros restantes (imágenes Panoramio).


Llegamos a la quebrada, adonde los carteles nos jugaron una mala pasada. Hay dos senderos: uno a izquierda de subida al cerro y otro de acceso a los cañadonesa la derecha. La segunda cartelería está "apoyada" en la vegetación y las fechas pues no apuntan adonde deberían por lo que rápidamente pasamos el punto señalado por el GPS, lo que creímos era un error de quien señalizó la foto en GoogleEarth.

Así dimos rápidamente con una senda que se va haciendo bosque hasta una pequeña cascadita, aunque muy alta, que cae en gruesas gotas unos 50 metros como un lloro de la piedra negra.


Allí decidimos almorzar ya que habíamos pasado el mediodía y así además alivianar las mochilas. Luego se nos planteó la disyuntiva. El angosto sendero terminaba allí. Había dos posibilidades de continuar: una era trepar por una parte más baja de la propia cascada, en la roca musgosa, enfrentando una pared casi vertical manante de unos 8 metros, o lo que parecía ser una vieja senda sepultada por la vegetación adonde una gigantesca araña junquera hubiera hecho su red.

Mientras Carina esperaba, Jorge tomó la primera posibilidad y yo la segunda y nos íbamos guiando por las voces.

Debo decir que por la madeja de espinas y juncos se hacía bastante complejo avanzar, especialmente con un casco con cámara en la cabeza. Los chicotazos de las ramas con espinas desaniman a menos de dos metros. Al mejor estilo miliciano, hay que echar cuerpo a piso e irse arrastrando o, en su defecto, como algunos de los juncos están secos y no son tan difíciles de quebrar, ir pisándolos para ganar algunos metros. Todo esto mientras se va ascendiendo.

Jorge gritó que por la roca en vertical enfrentando la cascada era muy riesgoso y regresó a la base. Por mi lado, en verdad hubiera desistido también a no ser que la madeja de ramas se fue resolviendo de a poco hacia algún terreno más claro aunque en vertical. Lamento no haber grabado en video este pasaje, aunque creo que estaba pensando en cómo evitar los chicotazos y deseando salir sano y salvo.

Inconscientemente grité a mis compañeros que tomaran el sendero detrás mío (los juncos quebrados irían marcando un "camino" aunque, puedo asegurar que cuando uno mira atrás, aunque apueste dinero, difícil es volver a encontrar la senda como decía Machado.

El punto adonde me encontraba entonces tenía bastante de místico. Una especie de roca al estilo Menhir, con todos los árboles finos cubiertos de hongos y vegetación. Ningún camino hacia arriba y la voz de mis compañeros hacia abajo en el tupido e intrincado bosque (el video correlativo de ese lugar se encuentra en la primera parte, minuto 4).

Luego de algún tramo espinoso en vertical, logramos dar con una cima montañosa, adonde ya es pradera y roca, a mitad de altura de ese cerro de Aguiar en la propia sierra de las Ánimas.

Allí es fácil cruzar la cañada por arriba. Vimos un efluente que parecía bastante límpido e inconscientemente tomamos todas las reservas de agua que llevábamos en las mochilas para recargar las bolsas y botellas.

Dimos con un precipicio empinado hacia las palmeras del cañadón. Con cierta desazón seguíamos buscando en vano entre las palmeras alguna parecida a la de la foto del lugar que íbamos a buscar de la cascada.

Con el objetivo medio a trasmano, optamos por seguir el curso de agua en ascenso por la pradera (repleta de molestos tábanos).

En ese punto nos asustamos y alegramos de no haber cargado el agua en las rocas anteriores, ya que era en gran parte agua estancada entre musgos y hongos.

Con curiosidad vimos cuatro cuatriciclos que creímos en inicio eran los del dueño del predio que nos venían a vigilar. Más cerca luego constatamos que estaban de exploración. Siguieron el ascenso del cerro, lo que nos fue marcando un camino entre las piedras. Jorge y Carina se recordaron de un amigo de la infancia de él que gusta de esa pasión por los cuatriciclos. Le dejaron un mensaje en el contestador de su celular (es una cosa por cierto muy curiosa usar tecnología en medio de tamaña inmensidad y desolación, y ya habíamos tenido contacto con estos vehículos y los celulares en menos de un minuto).

Seguimos subiendo. El cerro de Aguiar tiene 460 metros en su cima (cabe señalar que el Cerro de las Ánimas tiene 510 metros y el sitio más elevado de Uruguay, el cerro Catedral, 514, aunque en ese caso no se percibe por ser la ruta que lo rodea ya un lugar elevado).

Dimos con un lugar plano adonde estaban los cuatriciclos por salir hacia el Sur. Ese curioso momento quedó registrado en el video de la cámara "on-casc". A punto de salir el último de los motoqueros, Jorge reconoce en él a su amigo de la infancia.

Éste encuentro de Jorge con "el mono" fue decisivo para nuestro viaje-aventura. Su amigo le comenta que vienen haciendo más de 60 kms con los cuatriciclos desde playa Grande, próximo a Piriápolis. El tipo está chocho realmente con su maquinaria, en la cual podría llevar perfectamente en su "valija" más de una carpa y otros insumos. Está ataviado con un casco sport cerrado y munido de un chaleco protector al estilo rugby. Con alegría nos explica muy rápido que ése es el disfrute de su vida y luego, para no demorar, sigue en picada en busca de sus otros compañeros de expedición (más tarde los sentiríamos regresar por lo que calculamos que hacia adonde se dirigieron, rumbo a Betete, desembocaba en una quebrada impenetrable similar a la cual habíamos salimos nosotros).

Jorge le dijo al "mono" lo que buscábamos. Como yo tenía grabados en la cámara "on-casc" varios videos de recorrido del GoogleEarth a modo de bitácara con las fotos de la cascada, le mostré la imagen y dijo que se había estado bañando en un sitio que creía ése, pero casi en la base del cerro.

Allí, en un gesto de pluralidad que debo reconocer a mis compañeros, les sugiero ir a la cima máxima del Aguiar a ver la vista. Veo que están un poco desmotivados por la trepada ya que el verdadero objetivo era aquella lagunita. Quedaban unos 300 metros en ascenso y sentía que haber subido nomás hasta allí era como remar para morir en la orilla. Les propongo que permanezcan en una gran roca en tanto yo voy a filmar, tomar fotografías con la otra cámara y regreso.

(foto Panoramio desde cima del cerro Aguiar hacia planta Nativa)

Allí aproveché para hacer una corrida rápida por la pradera rocosa (por ello las tomas del video son muy inestables ya que miraba a cada instante para todos lados maravillado y quería tratar en pocos minutos de extraer la mayor cantidad de información sensorial y registros posible).


En la altura máxima no se divisaba aun Minas como yo creía (faltaban unos 30 kms) sino que la sensación era similar a la que debieron tener los uruguayos en los Andes: uno emprende una elevación y mira buscando ver algo distinto y en realidad lo que ve son sierras y más sierras.

Lo bueno de haber llegado hasta allí es ver que del otro lado (mirando hacia Gregorio Aznárez) también hay infinidad de quebradas que de seguro tendrán decenas de pozos y cascadas similares a las que buscábamos). Por cierto es un lugar al que se puede regresar sin hastío una y otra vez.


Una de las fotos que tomé en esos 460 metros marca la presencia de civilización ya que hay una especie de monolito sin mucho sentido. Por cierto, el alambrado que divide la Sierra de las Ánimas en dos sigue presente 16 kms más atrás de la ruta 9 y se pierde aun más hacia el Norte.

Inmediatamente me pliego a mis compañeros que estaban ya en descenso de las sierras. Quisimos buscar el primer efluente del cañadón pero realmente es difícil de rastrear: seguramente tenga un origen subterráneo entre la roca y la tierra que va permeando, aun días después de la lluvia, hacia unos estanques poco alentadores.

A esta altura, ya llevábamos más de una hora sin líquido y a pleno sol rajante. Había que encontrar algo de agua más límpida. Empezamos el descenso por el sendero marcado por los cuatriciclos al subir. Por un instante nos sentimos en la próxima Salomon de Sierra de las Ánimas y echamos el trote en bajada por las piedras, lo que realmente es riesgoso. Se producen varios derrapes.

Llegamos abajo, al punto de intersección de caminos inicial. Miramos hacia arriba y estábamos como al principio, en la base de la cañada, bastante agotados, a media tarde, sedientos y sin dar aun con la cascada que procurábamos. En vano buscamos el lugar indicado por el "mono" pero no había otro camino que aquel que hicimos al empezar.



Igualmente lo retomamos porque creimos que no debíamos haber visto algo. Nos sentamos en unas rocas adonde había una pequeñita bajada de agua límpida. Teníamos dos jugos en sobres para hacer. Arengo a que carguemos agua y los hagamos. Los tres nos miramos y, sin hablar, recordamos los empozados desde adonde bajaba esa agua. Hicemos el desafío "Ace" de la blancura llenando una botella y mirando a través. En verdad se veía muy pura. Le recordé a Jorge que la planta de Nativa estaba allí a la vista a 2 kms y que, con alguna potabilización mediante, era la misma que habríamos comprado en el súper. La verdad es que nunca tomamos tanto líquido en la vida como allí y nada sucedió. Realmente la caída del agua contra la roca la va mineralizando y depurando.

Estando allí les señalé hacia abajo una palmera que se diferenciaba de la vegetación. Al parecer estábamos en la parte superior de la cascada que se veía en la foto. Seguimos las rocas y allí vimos una soga elástica de la que nos había hablado el "mono". Había un cartel de "peligro" y realmente cabe decir que este sector no es para cualquiera. La idea es agarrarse de la soga fuertemente y olvidarse de cámaras o mochilas. Por suerte, como llevaba la mía en el casco, puede verse en el video la bajada y luego el ascenso en esa zona.


Finalmente, habíamos llegado. Si bien hacía unos tres días había llovido, la cascada no se veía como en la imagen aunque es un lugar realmente imperdible. Por cierto no es una zona no demasiado cuidada (aunque en contraparte por suerte es poco turística). La vegetación se ve que crece rápido allí. La palmera está más alta que en la foto de GoogleEarth a punto tal que no da el tiro de cámara para ponerla junto con la laguna que está en la base de la cascadita.


En ese punto, nos lamentamos que el sol ya no diera en el agua y que recién hayamos dado con el lugar. A pleno mediodía, debe ser un lugar realmente disfrutable y especialmente algún día posterior a una buena lluvia. Jorge y yo nos pegamos un valiente baño (son esos lugares en los que hay que meterse al agua no importando si está más o menos fría; igualmente el cuerpo se acostumbra rápido). Recreamos las escenas de una película de los años 50 llevando la cámara en el casco hasta debajo la propia caída de agua. Sólo faltaban Tarzán y la mona Chita.

No es necesario saber nadar porque mayormente se hace pie. En medio de la lagunita hay bajo el agua una gran roca que se ve claramente en la ladera de donde se desprendió. Si no fuera por esa roca, quizás sería un lindo lugar para un chapuzón más profundo.

Hicimos un buen registro del lugar (el cual coincidía plenamente con las coordenadas iniciales del GPS). Luego miramos hacia abajo con Jorge y vimos que el cañadón sigue bajando aunque también en forma muy agreste. Nos dijimos: "quedará para otro viaje".

Emprendimos el regreso. La subida por la soga se hizo difícil. En el video se ve a Jorge trastabillar por querer ir grabando con la cámara. Nos acordamos allí de que el capataz de la estancia nos había comentado de la posible visita de unas personas mayores. Nos pareció curioso. Son de esos lugares totalmente desaconsejables para personas sin estado físico adecuado o luego de un día de lluvias.


Regresamos ahora en bajada hacia la pradera de las vacas. Recogimos algunos cráneos de vaquillonas y caballos para decoración (aunque sin pensar demasiado en el carbunclo o peste que los mató). Llegamos a la estancia y charlamos un rato con el anfitrión, le preguntamos por productos caseros. Seguramente le dejamos picando una mayor utilidad turística como lugar de paseo. Dejamos algunos pesos por el "garaje" natural y partimos rumbo a Pan de Azúcar por la ruta 60 que realmente es todo un disfrute.


Era domingo a la nochecita por la ruta y, más allá del largo trajin que se sentía en los pies y raspones de brazos y piernas, quedaba atrás un deseo imperioso de seguir explorando las sierras.

Realizamos esta crónica algo tardía a sabiendas de que por más imágenes o videos (bastante movidos, sepan disculpar pero la cabeza giraba y giraba mirando aquello), ni las palabras ni los videos reflejan la experiencia que queda por dentro. Pero, si a alguno le pica el pichito de seguir explorando, ya habremos hecho bastante.

Adjuntamos el video en tres partes musicalizado con temas de Joe Satriani. Uno de los álbumes de fotos ya está disponible en el sitio.

Parte 1 de 3


Parte 2 de 3


Parte 3 de 3

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