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domingo, 3 de febrero de 2008

María Mutola: la atleta eterna


Foto: IAAF

Mutola lleva 17 años en la élite. Ha ganado 15 medallas entre los tres grandes campeonatos y ha corrido 191 carreras de 800 por debajo de los dos minutos. Salió de un suburbio de Mozambique

04.02.08 - FERNANDO MIÑANA / VALENCIA

La pequeña Lurdinha Mutola era una niña atípica. Se escapa del colegio todos los días para jugar al fútbol con los chicos. Sus padres, obsesionados con que pudiera disfrutar de una vida más holgada, le insistían en la importancia de prestarle atención a sus estudios. Joao Mutola, su progenitor, regresaba un día de su trabajo como empleado en el ferrocarril junto a varios compañeros. Estos le hablaban con pasión de una niña que jugaba igual o mejor que los chicos. Le ofrecieron ir a verla. Al bajarse del coche, Joao se tuvo que frotar los ojos: el fenómeno era su hija pequeña.

Muchos años después, una veterana María Mutola afronta el año de su despedida. Quiere marcharse con un octavo título mundial bajo techo, en Valencia, del 7 al 9 de marzo, y sus sextos Juegos Olímpicos en Pekín. Son 17 años en la cima, 17 años en los que ha recopilado 15 medallas entre Mundiales y Juegos Olímpicos. Ha corrido 191 carreras de 800 en menos de dos minutos.

El secreto de su longevidad, la dureza de cuerpo y mente, se esconde en su pasado. En su dura infancia y en su valiente adolescencia. Desde la niña que creció en su pobre suburbio de Maputo, en plena guerra civil, a la jovencita que sin saber inglés ni francés se subió a un avión y voló de Maputo a París, de París a Chicago, de Chicago a San Francisco y de ahí se trasladó a Eugene, en Oregón, donde vivió cinco años.

Ahora todo es diferente. Su esfuerzo la ha convertido en una celebridad en Mozambique y más aún en Maputo, donde puede pasear por una avenida o visitar un colegio que llevan su nombre. Pero su origen no fue sencillo ni definido.

Lurdinha, como la conocían en Chamanculo, el arrabal donde vivía, compartía una choza junto a sus padres, Joao y Caterina, sus tres hermanos -Gina, Carlito y Joana- y otros seis de un matrimonio anterior. Su progenitor trabajaba para el ferrocarril y su madre vendía verdura en el mercado. No abundaba el dinero, aunque tampoco faltaba un plato de comida caliente en la mesa cada día. Pero sí era un barrio hostil, con precarias condiciones sanitarias y sin agua potable. Con cuatro años, además, vivió el inicio de la guerra civil que se prolongó hasta 1992. La irrupción de los refugiados deterioró la zona. "Era peligroso circular por allí y cuando regresé por primera vez de Estados Unidos vi edificios, coches y árboles destrozados".

Mutola se abstrajo persiguiendo un balón. El fútbol, para ella, era más importante que el colegio. Pero no para sus padres, que decidieron enviarla a Maxixe, en la provincia de Inhambane, donde ellos habían crecido y donde ahora estaba Gina, una de sus hermanas. Allí progresó en sus estudios y en su preparación física. Tres años después Gina se marchó al norte del país y ella regresó a casa, donde siguió jugando las ligas de fútbol masculinas.

A uno de esos partidos, en Mafalala, asistió un hombre que le cambió la vida. El poeta José Craveirinha no daba crédito. El escritor mozambiqueño, muy conocido en su país, admiró la capacidad de María para competir con los hombres y su coraje. Pero lo que le dejó estupefacto fue cómo corría con y sin el balón. Craveirinha, que había estado en los Juegos Olímpicos de México '68 como periodista, se fue directo a por ella y la convenció para que probara a correr un día en la pista. Su hijo Stelio, que había sido campeón nacional de salto de longitud, se convirtió en su primer entrenador.

Sus padres se mostraron comprensivos con las aficiones de su hija, pero los elogios que oían sobre ella no les distraían. Podía hacer deporte siempre y cuando siguiera con sus estudios, algo que cumplió a rajatabla.


Foto: IAAF

Su progresión en el atletismo fue espectacular. Mutola se afilió a la doble vuelta a la pista y con 14 años ya era campeona de África de 800. Un año después, en 1986, ya se encontraba participando en los Juegos Olímpicos de Seúl. Y de ahí hasta ahora. En 1991 fue cuarta en los Mundiales de Tokio y desde entonces no se ha descabalgado de la élite. Las rivales han ido cambiando: Ana Fidelia Quirot, Svetlana Masterkova, Stephanie Graf, Jolanda Ceplak o Kelly Holmes... Pero ella sigue. Mutola es la atleta eterna.

Craveirinha fue providencial. El poeta se convirtió en un segundo padre para Mutola. Y un día entendió que la atleta no podía seguir creciendo en Mozambique. Las infraestructuras eran pésimas; su potencial, sobresaliente. El escritor tenía contactos en el extranjero y movió sus hilos. Gracias a sus gestiones Mutola se encontró con una beca de solidaridad olímpica. El COI sufragó los gastos para que la africana se trasladara a Estados Unidos.

Lurdinha dejó Maputo en 1991 y tras más de 30 horas de viaje llegó a su destino: Eugene, en el estado de Oregón. Mutola tenía 18 años de edad y era la primera vez que salía de su país. La atleta nunca olvidará aquel 3 de marzo en el que una fría y horrible lluvia le dio la bienvenida en Eugene. La adaptación fue complicada. La barrera del lenguaje era enorme, pero poco a poco se fue haciendo a su nuevo hogar.

La mediofondista vivía con Doug Abramson, un supervisor, su mujer y sus hijos de 14 y 10 años. Allí devoraba montañas de arroz y ternera y aprendió a reírse con películas que no entendía. En Oregón, la cuna de Nike, se encomendó a Margo Jennings, que ha sido el entrenador con el que ha conseguido casi todos sus éxitos. Jennings también preparó durante una época a Kelly Holmes. La británica y la mozambiqueña mantenían una estrecha amistad. Hasta que Holmes, delfín de Mutola durante años, se convirtió en la reina de los Juegos de Atenas con sus fantásticos triunfos en 800 y 1.500. Ahí separaron sus caminos.


Foto: IAAF

María Mutola, que años después fijó su base en Johannesburgo, empezó a encadenar medallas. Una tras otra. Una o dos cada año. En pista cubierta, donde ha sido casi imbatible, y al aire libre. Bajo techo ha logrado siete títulos y una medalla de plata, un palmarés asombroso. Ni siquiera flaqueó en 1997, Mundial indoor de París-Bercy, al que llegó sólo unas semanas después de la muerte de su padre en un accidente de tráfico. En las competiciones al aire libre ha alternado alegrías con decepciones. En 1995, en el Mundial de Gotemburgo, vivió una de sus mayores frustraciones. En las semifinales pisó la línea y fue descalificada. De esa forma tan poco épica se puso fin a una racha de 42 victorias consecutivas que inició en 1992. 14 días después se desquitaba con el récord del mundo de 1.000 metros. Era la primera mujer que bajaba dos minutos y medio (2:29.34).

Otro de sus momentos álgidos fue cuando ganó la Golden League en 2003. El jackpot, un premio de un millón de dólares, dio pie a la creación de una fundación que lleva su nombre y que ayuda a los niños africanos por la vía del deporte.

fuente: Lasprovincias.es

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